Cambio de país. Estrenamos agosto en Amsterdam, la ciudad del vicio. Y sí, olor a hierba (y no césped, precisamente) en cada rincón, ojos turistas enrojecidos tras unas gafas que poco esconden y no hacen más que llamar la atención sobre el estado eufórico de su portador y prostitutas más que guapas exhibiéndose sin miramientos tras escaparates a pie de calle en un barrio rojo de nombre y apariencia. Culto al sexo y la libertad, cientos de orígenes en las calles, millones de bicis. Amsterdam es todo eso, pero también mucho más. Es una ciudad divertida, muy liberal, donde no hay más que sentarse en su plaza más céntrica para darte de cuenta de lo difícil que es aburrirse con tan solo mirar.
Siguiendo con nuestra inmersión en la segunda guerra mundial, arrastrada desde la primera ciudad, visitamos la casa de Ana Frank. Es una visita emotiva y me hubiera arrepentido de no entrar, pero la verdad es que la casa remodelada y sin un triste mueble, tras pagar los 8,5 euros de entrada (sin posibilidad de descuento) deja bastante que desear. Para mí, se salva por la historia perfectamente desglosada mediante carteles y los videos con conferencias de familiares y amigos de la niña que te dejan con un nudo en la garganta y la lagrimilla asomando.
Además, visitamos el museo del sexo, el de Van Gogh y pateamos todo lo pateable por la ciudad. Todavía nos quedaban muchos kilómetros.
2 comentarios:
¿Y Jorge? ¿No le vas a sacar en ninguna foto? :-)
Jajajaja, no es que le encante la idea, que conste que no es que yo no quiera. Pero sí, en alguna le sacaré. Al ir los dos solos, nos hacíamos fotos el uno al otro, pero tenemos muy pocas juntos.
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