sábado, 15 de agosto de 2009

Un zoo en Santa Eugenia

Este verano "peculiar", con trabajo diferente y sin vacaciones (ggrrr), aunque será de lo más productivo para mí desde el punto de vista laboral, está siendo comparativamente más aburrido y mucho menos aventurero que los anteriores. Veo como los compañeros de trabajo, piso y amigos se turnan en sus idas y venidas de diferentes puntos de la geografía española, europea y ¡hasta de otros continentes! Los que se marchan, alegres como unas castañuelas y con mil planes en la cabeza; los que vuelven, resignados pero bronceados y relajados, muy optimistas y satisfechos. Y yo ahí, soñando con cogerme un viernes para pasar un fin de semana en Ponferrada, ¡jajaja!

Uno de los problemas a solucionar cuando la gente se va de vacaciones son las mascotas. Y en eso, este verano, yo soy un filón. Así que por Santa Eugenia van pasando perros y gatos que se unen a Sirin y los jerbos, residentes permanentes. Yo feliz de mi contribución a evitar el abandono y con mil ojos para que Lisa (la gata de Jorge) no se encuentre con Sirin, Duende, el perro de mi vecina Ana, no marque los sofás como suyos y Vicentín, el canario de Lore, se tranquilice cuando cualquier otro animal se pasea cerca de su jaula.

Duende en la plaza Zarochi

Vicentín y Sirin: convivencia cordial

Por otra parte, tampoco puedo quejarme demasiado porque, entre el trabajo, el gimnasio y los paseos perrunos, se va pasando la semana más bien rápido. Y de vez en cuando, es bueno hacerse una escapada dominguera, como el pasado fin de semana, que lo pasamos en El Escorial, tras hora y media de viaje en cercanías (otro día trataremos las penurias de la carencia de automóvil).

Sirin posando con el Monasterio de El Escorial de fondo