martes, 17 de noviembre de 2009

A rey muerto, rey puesto

Desde hace ya casi cuatro años, más o menos como os pasa a todos los que entonces erais estudiantes, se ha hecho imprescindible en mi (nuestra) vida la compañía del ordenador portátil. Y por mucho que clamemos al cielo sobre los perjuicios de las nuevas tecnologías (que si vaya mierda estar todo el día localizable en el móvil, que si el correo postal es mucho más personal y es una pena que se pierda, que si yo con mi compact disk era la mar de feliz...), tenemos que reconocer que somos tecnológicamente dependientes y ya es raro el día que no consultemos el e-mail u optemos por Internet para cualquier tipo de búsqueda.

Como ocurre con todo, cuando careces de algo es cuando realmente te das cuenta de lo útil que era. Así pues, podéis suponer la cara de tonto que se le puede quedar a uno cuando, haciendo limpieza de dormitorio, se le cae de las manos el ordenador portátil (¡¿cómo ha ocurrido?!) y descubre que ha muerto para siempre, puf, adiós. Seguramente ese alguien no sea capaz de dejar pasar más de quince días para reponer al difunto. Pero bueno, es solo un caso hipotético.