Había una vez un solitario
mamífero que encontró una península remota, al final de una gran tierra con
forma estrafalaria. La "piel de toro", decían todos en aquel territorio, era su
nombre. Llegó a aquella amplia y tranquila región y le gustó. Se quedó a vivir
allí, campeando por el terrero, bajo el cielo y las copas de los árboles,
sembradas de ardillas, que cruzaban de norte a sur y de este a oeste, sin tocar
una vez el suelo.
Pasaron los años y a nuestro
solitario mamífero le fue bien. Encontró compañeros de viaje, convivió con más
de su especie, tuvo descendencia y prosperó. La tierra donde vivía ofrecía
comida y calma, una vida sencilla, pero plena.
Pero todo cambió cuando una
especie de extraño mono, lampiño, gritón y descarado, empezó a ocupar cada
rincón de aquel mundo, que llamó "país". En pocos años, las ardillas cayeron del
cielo, a la vez que lo hacían los árboles. Siguió pasando el tiempo y el
extraño mono estaba en todas partes, construía extravagantes madrigueras, se
llevaba más y más árboles, se movía en peligrosos vehículos que escupían un
aire negro, irrespirable. Cambió la tierra, secó los ríos, inventó brebajes venenosos,
¡hizo conjuros para transformar hasta el clima!
De repente, el simio decidió
que nuestro mamífero era fiero y peligroso ¡y lo hizo famoso! Aparecía en
historias y leyendas remotas. Todos hablaban de él, todos los monos le temían y temblaban los más
pequeños al oír su nombre. “Lobo”, le bautizaron. Algunos monos, con unas
grandes tuberías de las que salía fuego y un gran estruendo, dieron muerte a muchos “lobos”. El
resto se volvió desconfiado, esquivo, temían al mono que vestía extrañas pieles
de colores. Algunos eran buenos, no atacaban e incluso mostraban curiosidad por
sus costumbres, sus hijos, por los lugares donde se refugiaban. Pero otros no,
salían con animales muy parecidos a “lobo”, pero embrujados por los monos, y
les perseguían, invadiendo su intimidad y el territorio que tanto tiempo habían
ocupado para, sin razón aparente, matar a uno o dos de los “lobos”. Cada vez
eran menos y debían esconderse mejor para no ser encontrados. La vida se volvió
difícil y pasaron así años y años. Con más tiempo, las cosas irían cambiando
muy poco a poco, a mejor, hasta llegar a nuestros días.
Hoy los lobos todavía conservan,
para muchos, un halo de peligrosidad y maldad; otros, quiero creer que los
menos, siguen directamente utilizando el término “alimaña” y defienden su exterminación.
Para muestra, un botón, de la
mente de mi madre: al decirle que este fin de semana me proponía intentar ver
lobos, saltó su resorte y salió su tan recurrido “Tú estás loca… ¡¿Pero no te
da miedo?!”
¿La historia? To be continued…
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