La asignatura a la que estoy asistiendo a estas alturas de máster, Restauración Ecológica, hace que al salir de clase, a eso de las 19.40 con el sol ya bastante puesto, no apetezca demasiado tratar temas sesudos, si no que, de camino al metro, junto con los alumnos de doctorado, tiramos más bien a temas entretenidos y triviales, que no den para pensar más allá de lo que alguien dice. Pero eso no significa que no se pueda aprender de esas conversaciones y ayer, sin más, otros compañeros me dejaban alucinada al contarme que, si te encuentras un DNI extraviado, lo mejor que puedes hacer es meterlo tal cual en un buzón de correos y lejos de ser ignorado, llegará a su legitimo propietario por cortesía de Correos de España. Es bastante lógico, pero jamás se me hubiera ocurrido pensarlo por mí misma.
Por contar más trivialidades hoy, comentar una pequeña vivencia en El Pardo esta mañana. Mientras le hablaba a los chicos, un grupo extraordinario de 3º ESO, sobre las aventuras de los cérvidos y sus astas/cuernas (que no cuernos) en época de celo, bajo un fresno desmochado, uno de ellos vio aparecer a lo lejos lo que parecía un hombre desnudo, haciendo footing por el sendero junto al cual nos encontrábamos nosotros. Se acerca. Efectivamente, es lo que parecía, un señor vistiendo tan solo unas gafas de sol y con todos sus... atributos, al viento... y al movimiento (qué horror de imagen, por cierto). Los niños (y su monitora) no pueden reprender una sonrisa, que se torna en carcajada a medida que el impúdico hombre se acerca, pasa a menos de 10 metros de nosotros y continúa sin inmutarse. ¿Alguien me lo explica?